
El barrio, si bien corresponde con un espacio físico, es mucho más que ello. Y sólo puede ser plenamente aprehendido de manera vivencial. Su esencia radica en una carga de significado subjetiva, una codificación de lo perceptible. Los barrios son entidades vivas, fundadas en vínculos de parentesco y vecindad tejidos por la permanencia y el conocimiento mutuo a lo largo de generaciones. Sus miembros se encuentran cotidianamente en fiestas, rutinas, y duelos propios; comparten señales y símbolos identificatorios que pueden pasar desapercibidos a los extraños; y pueden generar ritos y códigos de conducta que los diferencian de otros barrios y del resto de la ciudad. El barrio es una construcción concreta y simbólica del espacio que da un sentido de pertenencia e identidad recíproca a sus habitantes con el suelo urbano que ocupan.
La globalización se ha traducido, en las ciudades, en transformaciones físicas, funcionales, y de relación entre las personas entre sí y con el lugar donde viven. Nos impone la sustitución de los lugares por espacios de flujos de información que homogenizan usos y costumbres propiciando un proceso de alienación del ser humano que lo aísla y desarticula despojándolo de sus referentes propios locales, culturales, históricos y naturales. El ser humano deja de ser individuo para convertirse en un sujeto anónimo y masificado, sin sentido de identidad ni de pertenencia. La globalización es el gran no-lugar que sustituye al barrio. Es el equivalente universal único sin el sentido social que poseen los lugares y por ende la sociedad.
Mi objetivo específico es realizar una escultura que reafirme la vigencia de esta tarea de socialización del espacio vital que nos proporcione la identidad local necesaria para el logro de nuestra singularidad individual y colectiva.
La escultura está compuesta por tres elementos. Una figura humana asexuada de vidrio, en representación de los chicos y chicas de barrio. Su forma estilizada, con reminiscencias fálicas y sus enormes pies, aluden al carácter público, móvil e interactivo de la vida de barrio. El color amarillo, en forma de serpentina, de su capa interior nos recuerda el espíritu alegre que la imbuye. La figura humana está recostada en una cuadrícula de bronce de forma rectangular fija sobre un triángulo de fierro, que hace la vez de soporte o piso sobre el cual está parada la figura. En la iconografía precolombina, el triángulo representa a la Pachamama o tierra, y el cuadrado, al Pacha o cosmos, en su doble rol de espacio, la creación o materia (Pachamama), y el orden de las cosas, el espíritu, el tiempo (Pachacutec). El espacio físico local inmediato, gracias a la acción social del hombre es capaz de recrear un espacio fenomenológico más amplio que le da sostén, seguridad e identidad. La mezcla de materiales, vidrio, bronce y fierro aluden al carácter inclusivo y diverso que todo barrio debe tener.
Esta obra fue finalista en la “I BIENAL DE ARTE EN VIDRIO”, convocada por el Museo del Vidrio y CONACULTA, en Monterrey, Méjico, dentro de la categoría de “Arte Contemporáneo”, en setiembre del 2006.
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